Como de cuento, de mitología, ver un arcoíris siempre se siente como algo muy especial, una fortuna. Y es que así es. Ver un arcoíris no es tan sencillo ya que para que este peculiar fenómeno se forme se requiere de la conjugación de distintos factores, y ello le hace aún más único.
Un arcoíris se forma cuando la luz solar entra en contacto con las gotas de lluvia. Ahora, aunque lo anterior es una síntesis, hay que aclarar que no basta la lluvia para generarlos, ni tampoco la luz solar para formarlos. De hecho, para que aparezcan se requiere de una lluvia constante, y por el otro lado, el sol ‘bajo’.
Cuando la luz blanca o luz solar viaja en forma de línea recta (así viaja siempre), y se encuentra con las gotas de lluvia, cambia su dirección. Así, y como explica ‘National Geographic en español’ las bolitas de agua se comportan como pequeños prismas que descomponen a la luz inicial y a este fenómeno se le conoce como refracción.
Ahora, cuando la luz se fragmenta se generan los colores de este fenómeno natural, pero además, la forma de arco aparece porque cuando la luz blanca llega al lado opuesto de la gota, e intenta salir, una parte de ella no lo consigue. Luego, esta fracción de luz se ve remitida en curva y sale por parte de la gota formando un ángulo de 138º.
«A menudo veremos que el arcoíris no es único, sino doble o incluso triple. Esto es debido a que la luz dentro de la gota sufre más reflexiones antes de salir de ésta (aunque a más reflexiones se va debilitando y estos arcoíris secundarios son cada vez más tenues; el arcoíris terciario es prácticamente inapreciable), menciona Fernando Ballesteros del Observatorio Astronómico de la Universidad de Valencia.
En realidad, la forma real de los arcoíris es circular, aunque no se le puede apreciar en su integridad pues el horizonte se interpone. Para verlo en su totalidad sería necesario verlo desde la altura.
¡Increíble!, ¿No?
